En abril de 1915, a la sombra impune de la Primera Guerra Mundial, en concreto el día 24, el gobierno de los Jóvenes Turcos desató un genocidio que
acabó con dos tercios de la población Armenia. Como todo genocidio, en
el que el odio y la envidia son atizados por el poder para apropiarse
de los bienes de las víctimas, éste constituye una vergüenza para la
humanidad. Sin embargo, en esta ocasión se da una intolerable
agravante: además de la masacre, la memoria de más de un millón de
personas se ha mantenido enterrada. Y este olvido pasivo y masivo no es
un detalle nimio “¿quién se acuerda hoy de los armenios?” –declaró Hitler, mientras planificaba otros genocidios algunos muy conocidos como el de los judíos, otros más ignorados como el de los gitanos.
De las crudelísimas escenas, de las terribles tragedias vividas, de
la locura y envilecimiento que se transmite a los propios soldados
ejecutores no voy a hablar ahora, porque mucho mejor y más extensamente
lo han hecho varios autores como G. H. Guarch (El testamento armenio, Almuzara 2007), M. A. Anglada (Quadern d´Aram, Columna 1998), J. A. Gurriarán (Armenios: el genocidio olvidado, Espasa, 2008) y M. Morte (Los hijos del Ararat, Ediciones Carena, 2008).
Particularmente cercana me ha resultado la gestación de Los hijos del Ararat,
cuyo corrector, un tipo duro a la hora de ajusticiar los pequeños
lapsus de los autores en cuanto a tildes, comas y mayúsculas, confesó
que durante la tarea de corrección de este libro se había sorprendido
un par de veces con lágrimas en los ojos, abducido por los avatares de
los personajes.
Después de casi un siglo de hermetismo y silencio vergonzante, la
aparición de libros abordando este tema en los últimos meses es una
malísima noticia para muchos gobiernos, entre ellos el nuestro que
obcecadamente, y por motivos de pactos tácticos y militares, se empeñan
en mantener silenciada la memoria del más de un millón de personas
enterradas. Especialmente penosa es la postura del Estado de Israel,
cuyo pueblo fue víctima en parte por este silencio que Hitler
interpretó como olvido e impunidad y facilitó sus propios planes
genocidas. El negacionismo y belicosidad del gobierno turco actual
contra cualquier intento de esclarecer los hechos sólo ayudan a pudrir
un asunto al que sociedades como la nuestra ya está poniendo luz y
taquígrafos. No es asunto de culpabilidades y venganzas: tanto los
armenios como los turcos protagonistas han muerto. Se trata simplemente
de poder hablar, de investigar sobre el tema desde un punto de vista
humano para que, aprendiendo de los errores pasados, podamos evitarlos
en un futuro. El diálogo, la honestidad, la autenticidad es un bálsamo
que no admite más espera. La sociedad está dando su veredicto: quiere
saber y los políticos, aunque sea en la retaguardia y sin entusiasmo,
han de dar el paso hacia delante. Entre otras cosas porque Turquía
aspira a formar parte de la Unión Europea.
De todas maneras, al margen de los libros, de lo que quería hablar
ahora es de los armenios actuales y no de los conocidos mundialmente
que son descendientes de aquéllos como André Agassi, los cantantes Charles Aznavour y Sylvie Vartan, la actriz Cherylin Sarkissian, la princesa Diana de Gales, el magnate y filántropo Calouste Gulbenkian, el ajedrecista Garry Kasparov, el automovilista Alain Prost, el futbolista Youri Djorkaeff y el novelista y dramaturgo William Saroyan, sino de aquellos que he tenido el placer de conocer mientras promocionamos el libro Los hijos del Ararat de Marc Morte.
Marcd Morte: Los hijos del Ararat (Ediciones Carena, 2008)
Hace unas semanas en la editorial recibí un llamada de Ararat Ghukasyan, presidente de la Asociación Armenia Ararat de Mislata tras informarse sobre el libro Los hijos del Ararat
me invitó a presenciar una obra de teatro “El mentiroso” interpretada
por niños que él mismo dirigía para celebrar el uno de abril, día de
los inocentes en Armenia. Me agradó mucho la fluidez de nuestra primera
conversación como si de dos viejos amigos se tratara. Yo alegué que
faltaban dos días y que me resultaba difícil ir (sinceramente no tenía
ni idea de dónde estaba Mislata), además de que la situación económica…
No me dejó terminar: me ofreció su casa para pernoctar y el dinero del
viaje.
Durante las horas que permanecí con ellos tuve la sensación de haber
recuperado una familia muy antigua. Lo cual no es imposible porque en
Armenia se refugiaron muchos de los moriscos expulsados de España a
principios del siglo XVII. En la representación me dejó patidifuso la
actuación de los niños en especial de Diana, de unos
cinco o seis años, recitando magníficamente e interpretando un papel
nada fácil y con desenvoltura increíble. Después del acto tuve ocasión
de conocer a algunos miembros de la asociación: ingenieros,
historiadores, políglotas que trabajaban de camareros o albañiles; pero
ante todos ellos sentía lo mismo: una cercanía extraña, más allá de su
cordialidad y de mi timidez. En Mislata, un pueblo prácticamente
incrustado en Valencia capital, viven trescientos armenios y su
asociación imparte cursos de lengua española a los armenios y de
lengua, juegos y cultura armenia para todos. Los niños me parecieron
dantzaris vascos en miniatura. Al comentarlo me hablaron de similitud
de raíces lingüísticas entre la lengua vasca por un lado y la de
Georgia y Armenia, otra presunta relación perdida en la historia: una
hipótesis que está sobre la mesa de los investigadores.
Al terminar el acto tuve la sensación de que nuestros canales
culturales se había trasvasado (perdón por la palabrota) desde tiempos
inmemoriales.
Esta tesis y el fuerte efluvio de cordialidad, se ha acentuado con el contacto con nuevos armenios y asociaciones: Gor Abgaryan, presidente de ACAB (Asociación Cultural Armenia de Barcelona) que organiza actividades para difundir la literatura, la historia y la cultura armenia, amable, exquisito en el trato; David, de la Asociación de Amigos de Armenia, empeñado en un proyecto cultural hercúleo; Ani
trabajando incansable y desinteresadamente por la causa mientras saca
adelante sus estudios de derecho… y tantos otros que tan generosamente
están trabajando por recuperar la memoria, que es patrimonio de la
humanidad.
Pero no sólo nos enriquecen con su cultura, a medio plazo están
reincorporando valores medio desechados por nosotros como el
fortalecimiento de las relaciones familiares, el espíritu de la
solidaridad, la admiración por los estudios y la sabiduría… (no en vano
Armenia fue el primer país del mundo, en el 301, en adoptar la religión
cristiana).
El domingo 27 de abril a las siete de la tarde, en el salón de actos
del Ateneo de Barcelona (Calle Canuda, nº 6 y el miércoles a la misma
hora en el Centro Cultural de Mistala, (Avenida Gregorio Gea, 24)
presentaremos el libro Los hijos del Ararat, con la intervención principal de Marc Morte, el joven autor de esta novela que tantas emociones está despertando.
Allí podré –podremos- disfrutar de un rito comunitario de enorme
valor: recuperación de la memoria colectiva, pero también podremos
disfrutar de la presencia en masa de la comunidad armenia, todo un
lujo. Os esperamos.
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